Las mañanas para las personas son...
normales. Si eres Labriel Diamondis y tienes una vida planeada y un itinerario
que seguir al pie de la letra. Claro que son normales y ¡claro que no te va a
pasar nada interesante!
Pero ese día seria
diferente y ella no podía ni imaginárselo porque estaba tan acostumbrada a su rutina
y que nada, absolutamente nada la interrumpiese que no cree en que todo puede
cambiar. Algunas cosas tardan en hacerlo y otras lo hacen de la noche a la
mañana. Y a esta solo le tomó 5 segundos, un hombre distraído, una camisa que
costó un pedazo de cielo y varias maldiciones para hacerlo.
—¡Dulce
Cristo! Está taaan malditamente caliente—siseó Labriel.
—Lo siento. Lo siento
tanto —dijo él —. Ralph, te dejo. Acabo de molestar a la mujer más hermosa que
he visto desde que he llegado a esta ciudad —murmuró al teléfono.
Lo que me
faltaba, pensó Labriel.
—¿Se
encuentra bien?—preguntó, sacando un pañuelo y limpiando/restregando la mancha
de café.
—No me toque. Por
favor, manténganse alejado. Estoy bien —contestó.
—¿Segura? Eso dejará
un lindo círculo rojo en su barriga —contestó de vuelta.
—Considerando el hecho
de que llego tarde a una reunión y un completo extraño ha volcado su café sobre
mi y, aún peor, acaba de hacer la mancha del tamaño de un Mont Blanc Espress,
¡estoy segura de que estoy bien!
—Suena histérica—comentó
para sí mismo, el glorioso hombre que se encontraba delante de ella.
—¡ESTOY. ESTRESADA!
Bien,
ahora es claro el por qué Labriel tiene una vida tan aburrida, ella es
aburrida. Y aleja a las personas.
—Disculpe, no quería...
es solo... —dijo tratando de contener la risa—, usted me parece muy graciosa.
—¿Graciosa?
No sabía
si sentirse alabada o furiosa, había algo en lo absurdo de esa situación que la
hizo querer estallar en carcajadas pero su risa haría escapar hasta a un sordo
así que se la reservó.
—Realmente no tengo
tiempo para esto. Me despedirán si no llego a tiempo. Adiós.
Se fue, sin más. Sin
esperar respuesta y con el pañuelo de su Derramador de Café en las manos...
olía a él, tenía la nariz sumergida en ese ligero trozo de tela que la hacía
suspirar ¡tonta debilidad por los perfumes varoniles!
—¡Adeline! —gritó al
tiempo que atravesaba el umbral de la puerta, y una linda morena se apresuraba
en su dirección—. Por favor, no preguntes. Luego si quieres, ahora solo
necesito otra camisa —dijo antes de que ésta incluso abriese su boca—, ¡para
ayer Adeline!
—Si, señora.
—Estaré en mi oficina.
A pesar de su frio
aspecto de abogada y sus labios fijados en una línea recta y tensa, Labriel solía
ser cálida, aún lo era solo que dejó de ser la chica alocada y atrevida desde
que sus padres murieron. Aquel recuerdo siempre traía consigo el innegable
hecho de que estaba sola, sin hermanos y una hipoteca que mantener, además de
la terrible sensación que ella denominaba «hielo
roto». Le resultaba difícil deshacerse de la casa de sus padres,
después de todo si era buena en algo era en atormentarse con los recuerdos que
se le escapaban cada vez que trataba de alcanzarlos.
Adeline era
consciente, como el resto del mundo, de la chica encarcelada que desprende
fuego y es visible en los ojos de su jefa. Aquella chica, según Labriel, había
tenido su momento y había muerto una noche el 25 de abril cuando experimentó
por primera vez el «hielo
roto». La sensación no es más que millones de hielitos esparcidos
por tu estomago, como cuando estás en la cima de la montaña rusa y luego cae precipitadamente
al vacio, esa fue la primera noche de muchas que le siguieron, la primera noche
en la que esa sensación dominó su vida.
—Su camisa —anunció
Adeline en la puerta.
—Pasa. Infórmame.
Estaba
calmada y en brasier paseando por su oficina, aquella imagen de su jefa le
pareció divertida a la risueña Adeline, y tuvo que ahogar una risita para
evitar un regaño. Le informó que debido a su retraso y a el de el abogado de la
defensa habían pospuesto la reunión a la 1:00pm.
Labriel
se sintió aliviada.
—¿Así que
no fui la única? ¡Madre mía, de la que me salvé!
Aquella exclamación la
puso triste por unos minutos y se preguntó qué diría su madre si le contara del
accidente que tuvo hoy.
—Me he topado con un
bruto en la calle y derramó su café en mi camisa —le anunció a la hermosa mujer
que la acompañaba.
—¡Oh Dios, ¿es a causa
de eso la mancha roja en su abdomen?!
Labriel se miró la
barriga y maldijo. No le dolía pero no era atractivo y menos si quería ir a la
playa, luego recordó que era tonto lo que estaba pensando porque ella nunca iba
a la playa.
—Si, es a
causa de eso.
—¿Y él era...? Ya sabe.
Labriel la miró como
si Adeline hablara una lengua muerta y quisiera que ella resolviese un misterio.
—Adeline, déjale los
acertijos a Nancy Drew y dímelo.
Adeline
rió y dijo:
—Guapo. ¿Él era...
atractivo?
—¿Atractivo?—repitió—.
Oh, no lo sé. No me fijé porque estaba muy ocupada tratando de no quemarme.
—Que graciosa—dijo y comenzó
a reír.
—Graciosa. Otra vez
esa palabra.
—¿Cómo dice? —preguntó
una, confundida, Adeline.
—Es solo que... el
bruto que me tiró su café encima también me dijo que era graciosa —contestó
Labriel un tanto... inquieta—. Dime, ¿tengo algo en el rostro? ¿Es mi lunar?
—No, por Dios no. Está
perfecta y tan impecable que temo que mis vasos revienten.
—Gracias. —Esto había
salido más bien como una pregunta—. ¿Entonces qué es? Ad, yo no quiero ser
graciosa. No me he ganado el puesto que tengo por ser graciosa.
—Ya lo sé, L. Es solo
que... a veces si lo eres, aún con tu comportamiento serio y todos esos trajes
aburridos.
Adeline era la única
amiga que Labriel se permitía tener y no porque ella quisiera, en un principio
no tenía intención de hacer amigos pero ella había sabido como sujetarla y no
dejarla ir. Porque, cuando Adeline vio los ojos de Labriel el día que se
presentó para una entrevista, sabía que necesitaba a alguien. Así que, como
quien acoge a un perrito abandonado, ella se había quedado con Labriel.
—Haz una llamada a
H&H y si Ralph no está disponible deja un mensaje.
—¿Volvemos a las
apariencias? —preguntó con un aire de tristeza.
—Estamos en el
trabajo—respondió.
—Odio guardar
apariencias —dijo con una mirada de desaprobación—. Me hace sentir como si te
avergonzaras de mi.
—En varias ocasiones,
si.
—¡Oye, mala persona!
—Es que, Dios, nos
prohibieron la entrada a ese restaurante por tu culpa —dijo y tenía una mirada
divertida en su rostro.
—¡Él se lo buscó! A
una dama no se le trata como a una cualquiera.
—Eres una desgracia,
¿por qué, Dios, tanto me odias?
—Aburrida.
—Loca.
Adeline era una niña
con curvas cerradas y senos del tamaño de un melón. Labriel aún no entendía
como se había hecho su amiga pero lo apreciaba porque era lo único que tenía. Y
le gustaba la variedad que le daba a su vida, siempre tenía algo que decir y
era muy fácil contagiarse con su felicidad, aunque cuando se fuera todo
volviera a su lugar como si Adeline nunca hubiese estado haciendo sonreír a
Labriel, como si, al estar, no llenara un vacio sino que creara otro más
grande. Labriel siempre la extrañaba cuando se iba, la necesitaba para olvidar
al menos por un instante.
—Jum —gruñó—, ¿vendrás
el jueves por la noche?
—Tengo que revisar el
caso Hembilch —hizo una mueca.
—¡Lo prometiste!
—Eres una malcriada,
¡ya lo sé! Si iré, ¿estás pensando, seriamente, que me perdería nuestra noche
de pizzas por revisar un caso importante que nos podría llevar a la cima este
año?
—Está bien, está
bien.—Alzó las manos en actitud derrotada—. Irás si puedes, lo entiendo.
—Si iré —dijo.
—Ajá.
—Lo haré —afirmó.
—Recuerda que tu
reunión es a la 1:00pm
—¡Oh, Ad! Dame un poco
de crédito ¿quieres?
—No lo sé, ya he
escuchado esto antes.
Salió por la puerta y
pensó que quizá había sido un poco dura pero era demasiado orgullosa para
devolverse en tan solo segundos.
Labriel no estaba
entusiasmada por la reunión y nada le parecía mas divertido que hacer pizzas
con su mejor amiga, su única amiga. Pero lo que no era divertido era ser
despedida. Así que, cuando estaba lista para su reunión, entró a la sala y se encostro
de frente con su Derramador de Café, que estaba en una posición favorecedora...
para ella. Tan pronto como la vio entrar se irguió de golpe y le dio pavor que
los huesos de su columna hicieran estruendo.
—¿Qué...?
Fue todo, fue lo único
que pudo pronunciar antes de que su jefe la llamara. ¡Oh, ese viejo morboso!
Siempre le miraba el trasero y le producía ganas de vomitar sobre sus zapatos
Kessler.
—¡Por aquí! Quiero
presentarte a alguien —gorgojó.
Puaaj, repugnante, pensó Labriel.
Labriel se acercó al
hombre chaparro y de barba que la llamaba.
—Buenas tardes
Edwin—dijo tan pronto llegó a su lado.
—Labriel, mi querida
Labriel es la mejor abogada de la firma —le comentó al hombre que estaba a su
lado—, Te presento a Aaron Ticotti, Aaron ésta es Labriel Dimondis, una
preciosidad ¿no?
Aaron
pensó que «preciosidad»
le quedaba corto, todo lo contrario a la falda que llevaba. También pensó que
aunque su belleza era notoria y ningún hombre con buena vista la ignoraría, el
modo en el que Edwin había pronunciado aquellas palabras, sin recato alguno
aunque ella estuviese presente, le provocaba unas inmensas ganas de callarlo y
taparle el escote de su camisa que él tan descaradamente veía.
—Mucho
gusto, Labriel—dijo y extendió su mano para ella.
—El gusto es mío
Aaron—respondió y tomó su mano.
Olía como su pañuelo,
aún mejor, tenía un toque de avena, lavanda y manzanilla y algo más, olía a ...
él. Ninguna chispa, no hubo una corriente invisible invadiendo sus sentidos y
reclamando ser notada, sin embargo Labriel tuvo ésta sensación de «lleno». Como si
fuese un vaso que se encuentra hasta el tope de agua esperando por alguien que
lo vacíe, y cuando él aparto su mano, fue exactamente lo que sintió y el «hielo roto»
apareció de nuevo. No notó que se había ido por unos instantes, y tampoco notó
lo bien que se había sentido.
—Pues,
empecemos, si les parece caballeros.
—De acuerdo —dijeron
los hombres al mismo tiempo.
Rodearon la mesa
demasiado grande para 3 personas y tomaron asiento, menos Labriel que se
mantuvo de pie para aparentar más seguridad de la que realmente sentía.
—La propuesta que
quería hacerle a su cliente... que veo que no está aquí —comentó un poco distraída
por el descubrimiento.
—El Sr. Parker se ha
reservado el derecho de asistir a esta pequeña reunión —dijo Aaron. Y Labriel
no pudo evitar notar que cada vez que hablaba su tono adoptaba un timbre ligeramente
bajo y luego era como un ronroneo que se convertía en una gloriosa voz hecha de
puras vibraciones.
—Por supuesto —dijo y asintió, juntó
las manos y empezó con lo que tenía preparado— ...Y de esta manera su cliente
se va con una suma que bien podría ayudar a su decisión de retirarse a los 30,
la empresa se ahorra un escándalo y todos salimos ganando.
—¿La mejor? —preguntó
Aaron y la sonrisa auto-suficiente que tenia Edwin en la cara se borró de golpe
para mirar a Labriel con horror.
—¿Cómo...?
—Entiendo por qué te
han nombrado de esa manera. Mi cliente acepta.
Estaba conmocionada.
No pensó que aceptaría.
—¿Su... su
cliente...? —balbuceaba.
—¡Fantástico! —Edwin
que hace un momento hubiera estado dispuesto a lanzarla con una caja a la calle
si no aceptaba, tenía una enorme sonrisa que dividía en dos su rostro.
Labriel miraba
intensamente a Aaron, sin poder creerlo. Y él le devolvía la mirada.
Así se conocieron, ese fue el
principio del fin.
Ese fue el primer
estrépito de dolor que el mundo lanzó al partirse en dos.
***
—Quédate —suplicó,
cuando se estaba levantando de la cama.
—¿Estás segura?
—Si.
—¿No enloquecerás?
—Probablemente lo haga
por la mañana pero ahora solo quiero que te quedes, por favor.
Y eso fue todo lo que
necesito para hacerlo. Para acostarse de nuevo junto a la mujer que lo había
reclamado con unos hilos mágicos que lo atraían hacia ella.
—Espero que cuando lo
hagas no me golpees con tu lámpara de noche.
—Shh —Soltó una
risita apagada.
Después nada volvió a
ser igual, Aaron resultó ser un maniático por la diversión y la arrastró hasta
ese lugar perdido llamado felicidad, la adrenalina que no obtenía haciendo
pizzas con Adeline la experimentaba cuando estaba con Aaron. Y eso arruinó su
rutina, estaba entre dos mundos. Su vida en la oficina tratando todos los días
de que nadie notara su resaca y su vida con Aaron que, por mueco, era más
interesante que la otra.
Aaron fue la curita
que su madre le puso en el codo cuando se lastimó al caerse de su bicicleta, y
se aferró a él como si dejarlo ir significase una caída más fuerte, un caos
mayor.
***
—¿Qué te
parece? —le había preguntado cuando hizo un retrato de ella.
—¿Mi nariz es de ese
tamaño? —chilló en respuesta.
—No —dijo y justo
cuando empezaba a estar aliviad, añadió—, es mucho más grande.
***
Aaron
también tenía un lado hogareño, una parte de él que no había sido adormecida
por las noches en vela. Al contrario de lo que Labriel pensó al principio,
Aaron no andaba de fiesta en fiesta, ingiriendo alcohol como adolescente, a él
le gustaba otro tipo de diversión y para eso era necesario desvelarse.
—Tu café —dijo con una
sonrisa mientras le entregaba la taza.
—Empiezo a
acostumbrarme a este Aaron matutino y hogareño. —Lo besó y se sentó en la mesa.
—No te emociones
tanto—dijo y los dos sonrieron.
—¿Con dos de azúcar?
—Uno, lo necesitas más
fuerte de lo usual después de lo de anoche. —Le regaló un guiño.
—¿Estás... estás
coqueteando conmigo? Oh. Por. Dios. No me lo puedo creer. Aaron Ticotti está
coqueteando conmigo.
—Puedo hacer algo más
que coquetear si eso te molesta —dijo acercándose a la mesa y con una sonrisa
que derritió los «hielitos
rotos» de su estómago para siempre.
***
Una vez, le habia contado, que casi lo
arrestan por estar admirando las estrellas con un telescopio en una playa
privada, Labriel había reído tanto con esa anécdota que al final se quedó sin
aire.
—¡Lo juro! El policía
fue tan severo que me vi en la obligación de usar frases de abogado y unas muy
largas palabras que ni yo mismo estoy seguro de su significado. —Le había dicho
y eso solo la había hecho reír más.
—¡Para! ¡Para, por
favor! No, es que no te imagino siendo detenido. —Se estaba retorciendo en la
cama y Aaron se le había quedado mirando con una expresión tonta en su
rostro—.¿Qué? —preguntó e inmediatamente dirigió una mano a su rostro para
taparse su lunar.
—Tu risa es como la
nota de un violonchelo en armonía —murmuró un tanto distraído. Bien, eso la había
hecho poner seria.
—No, no lo es. Si a
algo se parece es al sonido de un puerquito con el cacareo de una gallina —hizo
una mueca y luego hizo igual que un puerco.
Ahora era el turno de
Aaron para reírse sin parar.
—¡No te rías!
—¡No puedo evitarlo!
Y se desató una guerra
de almohadas que nadie ganó pero que tampoco nadie perdió.
***
Labriel le preguntó
una vez por qué vivía de ese modo, como si fuera morir y tuviese una lista de
las últimas cosas que quiere hacer. Ella no esperaba respuesta, claro que no,
fue una pregunta tonta pero aún así recibió una.
—Eso es porque la
tengo.
—¿La qué?
—La lista —dijo—,tengo
una lista de lo que quiero hacer antes de morir.
Estaba recostada en su
pecho desnudo, aspirando el mejor aroma del mundo, cuando la invadió la
curiosidad.
—¿La tienes?
—Si.
—Quiero verla.
—No.
—¿Por qué no?—preguntó
confundida, hasta ese momento Aaron no le había negado nada. Y nunca se
mostraba incómodo cuando ella recorría su apartamento viendo cualquier cosa que
pudiese observarse.
—Porque no.
Se sintió como si tuviese 5 años. Y
no volvió a insistir porque Aaron había utilizado el mismo tono de voz que
utilizaba su papá cuando quería que se mantuviera alejada de algo y la primera
vez que lo desafió e insistió en saber la razón, dolió. Como nunca imaginó que
lo haría.
***
—¿Recuerdas la noche
en la que una anciana nos leyó las cartas?
—Si —contestó, estaba
entre la parte del sueño en la que sabes que estás dormida pero aún eres
consciente—, dijo que estabas muy enamorado de mi y que nunca me dejarías pero
algún día tendrías que hacerlo.
—Si. Esa noche me
dijiste «te amo» mientras dormía.
Todo
rastro de sueño desapareció con aquella afirmación.
—¿Lo hice? —preguntó
con los pelos hacia arriba como si hubiese pasado un globo por una alfombra y
luego por ellos.
—Si, lo hiciste.—Había
diversión en sus ojos—.Pero no te lo dije porque quería que cuando lo hicieras
estuvieses despierta y también quería ser yo el primero en hacerlo pero he
atesorado aquel secreto con mi alma. —Besó su frente, aplastó su cabello y
añadió—: Te amo.
Labriel
lo miro como si estuviese a punto de llorar, quizá porque era eso lo que quería
hacer pero se contuvo y lo besó.
—Te amo más.
—¿En serio? —preguntó
juguetón. Le encantaban los juegos.
—¿Apuestas? —Lo miró y
arqueó una ceja.
—¿Contra ti? Jamás.
—Es bueno que sepa lo
que le conviene, el instinto es un buen aliado abogado, recuérdelo.
Luego de eso fue todo
besos y caricias y ella pensó que no había cielo que le ofreciesen, no
cambiaria aquello por nada.
***
—¿Cuántas veces te has sentido de este modo?
—¿Cómo?
—Como si obtuvieses exactamente todo lo que quieres con tan solo pedirlo.
—Cada vez que estoy contigo.
***
—Nunca entendí por qué Romeo y Julieta ha sido una de las obras más reconocidas de Shakespeare —comentó Labriel mientras daba vuelta a la página.
—¿Estás bromeando? Amantes dramaticos que terminan muertos, ¡¿quién no compraria eso?!
***
—Si pudieras estar en cualquier otro lugar, haciendo cualquier otra cosa ¿donde estarias?
—Aquí.
—En serio.
—Estaria en el altar, contigo.
***
—En la escala del 1 al 10 ¿que tan feliz eres?
— +11 ¿y tu?
—Igual, pero es un -11 cuando no estás a mi lado.
***
—Feliz cumpleaños,
—Odio mis cumpleaños —murmuró ella.
—Entonces odiarás mi regalo —contestó.
—¡No! Quiero decir, si quieres enseñamelo y si me gusta tal vez me lo quede —dijo apresuradamente y Aaron sonrió.
—La caja es muy grande asi que lo dejé en la sala.
—Ya, pero... —empezó y cuando vio la caja, corrio a abrirla.
—¿Me dirás que es?
—No.
—¿Adeline sabe qué es?
—Si.
—Esa... pequeña... —Cuando terminó de abrir la caja, lo primero que vio fueron dos grandes ojos observandola y una lengua tan rosada y babeante que lo miro confundida—. Es. Un. Perro. —Y gritó, un grito que rayaba lo chillón y lo ordinario pero de alguna manera, en ella se vio adorable—. Gracias, gracias, gracias. Oh, ¡es tan lindo! Lo amo, te llamarás Brad. Si, ¿quien te dará de comer y te sacará a pasear? Yo.
—¿Por qué empiezo a tener la impresión de que este regalo fue una mala idea? —Ella le sonrió porque no lo era.
***
—¿Como se llama esa estrella de allá?
—Esas son las 3 marías.
—No, quiero su nombre real.
—Ese es su nombre.
—Ese es el nombre que le damos nosotros por ser demasiados flojos para aprendernoslo.
—Alnitak y Alnilam.
—¿Y esa otra?
—Soy abogado no astronomo.
***
—¿Qué si compramos este árbol?
—Es demasiado grande ¿lo cargarás tu?
—Cierto, cierto. Debo pensar en tu espalda.
***
—¿Cuántas galletas te has comida ya?
—Dos.
—Cinco —dijo Adeline—, y un pote de helado. Labriel le tiró el cojín.
—Chismosa.
—Glotona.
***
—Nunca le encuentro forma a las nubes. —Se lamentó mientras trataba en todos lo angulos de encontrarle forma.
—Eso es para niños.
—¡Oye! —Le dio un ligero golpe en el hombro.
—Acepta la edad que tienes, aceptate —dijo en tono de hippie.
***
—¿A dónde quieres ir?
—En este momento solo
quiero enrollarme en las sábanas y trazar círculos en tu pecho.
—Suena bien para mi,
mientras aspire el olor de tu cabello es perfecto. —Saltó de la silla y salió
corriendo a la habitación, en aquel momento le pareció que un niño no podría
parecerle tan atractivo.
—¿Alguna vez has
querido... hacer un trío? —soltó de la nada Labriel cuando estaban acostados.
Aaron no pudo evitar soltar una carcajada y a ella le maravilló la manera en la
que su pecho se sacudió, casi igual como se sacudió su vida cuando lo conoció.
—Pues, ¡gracias! Había
olvidado anotarlo en la lista —dijo aún riendo y ella pellizco ligeramente sus
tetillas.
—¡Joder! —Lo pellizco
de nuevo.
—¿Podrías parar? Son
muy sensibles —se quejó.
—Si ya lo sé. Pero a
ti no parece molestarte cuando los papeles se invierten. —Levantó la cabeza
para mirarlo y su carita de perro cambió a una sonrisa conocedora.
—¿La gatita hoy si
quiere ronronear? —Ella ladeó la cabeza y sonrió.
—Eso es una, de las
tantas cosas, que amo que hagas.
La beso y, aunque
estaban acostados, podría jurar que el piso se sacudió.
***
—¿Qué quieres hacer
cuando cumplas 30?
—Quiero casarme.
—Vaya. —Fue lo único
que dijo, le tomó un tiempo asimilar aquello.
—Quiero formar una
familia, quiero... —Dejó la frase a medio terminar, no podía hacerlo, él no quería
hacerle eso.
Ella quería que se lo
dijera, deseaba darle lo que él quería, sea lo que fuese ella lo conseguiría
para él. Pero lo que él quería nadie se lo podía dar y Dios estaba muy lejos
para ayudar.
***
—¿Por qué esperó tanto
tempo? ¿Pensó que saldría corriendo en cuanto me lo dijera? —dijo paseándose de
arriba a abajo en el apartamento de su amiga.
—¿No es eso lo que
hiciste? —soltó Adeline. Labriel la miró, con los ojos hinchados y rojos a
causa del llanto.
—Si, fue eso lo que
hice.
—Él es tu agua y tu
sol, y tú eres el bichito que se mantiene vivo gracias a él. Lo necesitas. Él
te necesita. Vivirán felices para siempre ¡bam! como en los cuentos de hadas.
—Ese no es el final
que se obtiene en la vida real—murmuró.
—¿Y cuál es el final
que se obtiene en la vida real? —se burló.
—Morimos. Siempre
morimos. Todos.
Sin excepción Ad. No lo cambias, no se puede reescribir. Esa parte está fija ahí,
haciéndote saber que nunca escaparás de ella. ¡Esto no es un maldito cuento de
hadas! Nadie vive para siempre. Va a morir, va a morir al igual que como lo
hicieron mis padres.
No había nada que
pudiera hacer. Ni por ella ni por él. Con cada segundo que pasaba algo en su
interior se moría y a la final, se quedaría sola, en el mismo punto del que
partió. Como un aleatorio que deja de ser divertido cuando te lleva de regreso
al principio. Como un gato que pierde su gracia cuando deja de caer de pie.
Como la vida deja de ser atractiva cuando lo has perdido todo.
***
—Por eso tenias una lista.
¿Por qué más la tendrías si no es porque sabias que morirías?
—Quiero que sepas, que
aún tenía esperanzas cuando te conocí. Realmente pensé que mi vida cambiaria y
así fue, que al final no estaría solo en mi muerte. Conocerte Labriel, superó
por mucho todas mis aventuras, ¿nadar con tiburones? ¿saltar en paracaídas? Pff
cuando te conocí, eso solo se vio como diversión para principiantes. Y luego,
cuando me regalaste una noche a tu lado, todo se intensificó y ya no supe si vivía
o alucinaba con lo que nunca tuve. Solo sabía que no quería que terminara, lo quería
disfrutar el tiempo que pudiera, quería esa sensación conmigo todo el tiempo
cada vez que te besaba, te abrazaba, estando a tu lado y dentro de ti,
lo quería todo. Te quería a ti. Pero necesitabas saber la verdad, lo merecías.
—La verdad hace que
todo lo demás parezca mentira.
—No —dijo con un hilo
de voz—, no, no, no Labriel nunca, mírame, nunca
dudes de esto porque fue real. Tan real que duele. Tan real que me recordarás
por esto y no por las veces que te hice feliz.
La verdad. La verdad que se le niega a los niños. La verdad
que se le esconde a los adultos. La verdad que duele incluso más que una daga retorciéndose
en tu interior. Su verdad era que lo amaba. Su sentencia fue perderlo. Su
condena los recuerdos.
***
—Somos más que un
cuerpo o una linda apariencia. Aún cuando me toque partir, si es eso lo que te
preocupa, tendrás las fotografías —dijo. Como si eso fuese lo que atormentaba
su cabeza y no la dejara dormir por las noches. Como si una simple fotografía
pudiera reemplazarlo por las noches, o en el desayuno o cuando fueran de
vacaciones. Como si esa tonta fotografía fuese a responderle un: «te amo,
cariño» o «¿cómo te ha ido en el trabajo?» Ninguna mujer en su sano
juicio mantendría una relación con una fotografía, pero ella ya lo había
perdido. Como todo en su vida.
—No es tu desaparición
física lo que va a matarme, soy yo comenzando a olvidarte. A olvidar el olor de
tu perfume, a olvidar la suavidad de tus labios, el azul de tus ojos, la mueca
que haces justo antes de sonreír. Es
el olvido lo que va a matarnos.
Aaron tenía razón aún tenía las fotografías,
después de tanto tiempo aún seguía abriendo sus heridas para tener un recuerdo
mayor de lo que fue su vida a su lado. Su muerte significó el abandono de la
luz en su vida. Como quien lanza un cohete y lo observa brillar en el cielo
infinito para luego verlo apagarse lentamente, llevándose los destellos de luz
que ofrecía con él. El mundo que se había partido ahora no era más que
diminutos pedacitos que nunca, nunca estarían juntos de nuevo, ella tenía el
dolor como un eco en su interior para recordárselo. Tenía la vida para recordárselo.
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