I used to be a dragon who hate flowers.

martes, 28 de enero de 2014

Reseña: Eleanor & Park by Rainbow Rowell



Eleanor & Park es un libro sumamente conflictivo emocionalmente, creo yo, quiero decir te hace sentir tantas cosas que al final no sabes si sigues llorando porque estas triste o feliz. Experimentas tantas emociones hasta rayar lo absurdo, es un libro de esos que quieres y no quieres compartir con las personas porque te asusta que no lleguen a apreciarlo tanto como tú lo has hecho.
Es la historia de dos adolescentes que se enamoran y por cosas del destino se tienen que separar, Park ve a Eleanor como  el arte porque no se supone que el arte sea bello, se supone que te haga sentir algo. La ayuda a escapar cuando se entera de lo terriblemente nauseabundo que es su padrastro y lo ingenua, tonta y débil que era su madre (de acuerdo, eso lo estoy diciendo yo). Park es el tipo de persona que se mantiene invisible, le gusta pasar desapercibido y no se mete en problemas; Eleanor todo lo contrario y no es que ella viva por la adrenalina de los problemas de la secundaria pero es el tipo de persona de la cual se burlan solo para ser unos cretinos, porque piensan que es mediocre.
Parecen no tener nada en común ¿a que si? Pues comparten el gusto infinito y universal por la buena música y las historietas de Marvel. Hacia un tiempo quería leer este libro ¿Por qué? Pooorque, me llamó la atención, las lindas portadas siempre han podido conmigo. Está bien escrito, con una trama estupenda y no tiene un final empalagoso. ¡Si! Justo como me gustan.. Para ser sincera, estaba  siendo un poco egoísta guardandomelo unos meses para mi sola pero luego entendí que si yo pude leerlo ustedes merecían hacerlo también.
Es uno de mis libros favoritos, del tipo que no sabes por qué lo es. Y la mayoría del tiempo se siente como si no dijesen nada significativo pero lo hacen. En fin, solo léanlo, es que... me gustó tanto que quiero que todos lo lean, quiero que el mundo se enamore y quiero que sea fab y con arco iris y que todo sea perf and pink and tears. Quiero que piensen que la vida es bella, que el amor lo es, que existen los unicornios y las ollas mágicas. Aparte, tiene la mejor playlist de toda la vida u.u

Eleanor & Park, una historia que muestra el amor adolescente, cuando eres tan joven que no te preocupas por dar tu corazón por pedazos sino que simplemente lo das todo. El primer amor que nunca se olvida, que siempre compararás con los otros y atesorarás tan ardientemente en tus recuerdos. El amor del que todos escriben y pocos experimentan, del que no te importa salir lastimado si puedes proteger a quién amas (joder, me recuerda a Allegiant, no lloren ya, ya...)
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miércoles, 19 de junio de 2013

Cuando te vayas...



Las mañanas para las personas son... normales. Si eres Labriel Diamondis y tienes una vida planeada y un itinerario que seguir al pie de la letra. Claro que son normales y ¡claro que no te va a pasar nada interesante!
Pero ese día seria diferente y ella no podía ni imaginárselo porque estaba tan acostumbrada a su rutina y que nada, absolutamente nada la interrumpiese que no cree en que todo puede cambiar. Algunas cosas tardan en hacerlo y otras lo hacen de la noche a la mañana. Y a esta solo le tomó 5 segundos, un hombre distraído, una camisa que costó un pedazo de cielo y varias maldiciones para hacerlo.

—¡Dulce Cristo! Está taaan malditamente caliente—siseó Labriel.
—Lo siento. Lo siento tanto —dijo él —. Ralph, te dejo. Acabo de molestar a la mujer más hermosa que he visto desde que he llegado a esta ciudad —murmuró al teléfono.

Lo que me faltaba, pensó Labriel.

—¿Se encuentra bien?—preguntó, sacando un pañuelo y limpiando/restregando la mancha de café.
—No me toque. Por favor, manténganse alejado. Estoy bien —contestó.
—¿Segura? Eso dejará un lindo círculo rojo en su barriga —contestó de vuelta.
—Considerando el hecho de que llego tarde a una reunión y un completo extraño ha volcado su café sobre mi y, aún peor, acaba de hacer la mancha del tamaño de un Mont Blanc Espress, ¡estoy segura de que estoy bien!
—Suena histérica—comentó para sí mismo, el glorioso hombre que se encontraba delante de ella.
—¡ESTOY. ESTRESADA!

Bien, ahora es claro el por qué Labriel tiene una vida tan aburrida, ella es aburrida. Y aleja a las personas.

—Disculpe, no quería... es solo... —dijo tratando de contener la risa—, usted me parece muy graciosa.
—¿Graciosa?

No sabía si sentirse alabada o furiosa, había algo en lo absurdo de esa situación que la hizo querer estallar en carcajadas pero su risa haría escapar hasta a un sordo así que se la reservó.

—Realmente no tengo tiempo para esto. Me despedirán si no llego a tiempo. Adiós.

Se fue, sin más. Sin esperar respuesta y con el pañuelo de su Derramador de Café en las manos... olía a él, tenía la nariz sumergida en ese ligero trozo de tela que la hacía suspirar ¡tonta debilidad por los perfumes varoniles!

—¡Adeline! —gritó al tiempo que atravesaba el umbral de la puerta, y una linda morena se apresuraba en su dirección—. Por favor, no preguntes. Luego si quieres, ahora solo necesito otra camisa —dijo antes de que ésta incluso abriese su boca—, ¡para ayer Adeline!
—Si, señora.
—Estaré en mi oficina.

A pesar de su frio aspecto de abogada y sus labios fijados en una línea recta y tensa, Labriel solía ser cálida, aún lo era solo que dejó de ser la chica alocada y atrevida desde que sus padres murieron. Aquel recuerdo siempre traía consigo el innegable hecho de que estaba sola, sin hermanos y una hipoteca que mantener, además de la terrible sensación que ella denominaba «hielo roto». Le resultaba difícil deshacerse de la casa de sus padres, después de todo si era buena en algo era en atormentarse con los recuerdos que se le escapaban cada vez que trataba de alcanzarlos.

Adeline era consciente, como el resto del mundo, de la chica encarcelada que desprende fuego y es visible en los ojos de su jefa. Aquella chica, según Labriel, había tenido su momento y había muerto una noche el 25 de abril cuando experimentó por primera vez el «hielo roto». La sensación no es más que millones de hielitos esparcidos por tu estomago, como cuando estás en la cima de la montaña rusa y luego cae precipitadamente al vacio, esa fue la primera noche de muchas que le siguieron, la primera noche en la que esa sensación dominó su vida.

—Su camisa —anunció Adeline en la puerta.
—Pasa. Infórmame.

Estaba calmada y en brasier paseando por su oficina, aquella imagen de su jefa le pareció divertida a la risueña Adeline, y tuvo que ahogar una risita para evitar un regaño. Le informó que debido a su retraso y a el de el abogado de la defensa habían pospuesto la reunión a la 1:00pm.

Labriel se sintió aliviada.

—¿Así que no fui la única? ¡Madre mía, de la que me salvé!

Aquella exclamación la puso triste por unos minutos y se preguntó qué diría su madre si le contara del accidente que tuvo hoy.

—Me he topado con un bruto en la calle y derramó su café en mi camisa —le anunció a la hermosa mujer que la acompañaba.
—¡Oh Dios, ¿es a causa de eso la mancha roja en su abdomen?!

Labriel se miró la barriga y maldijo. No le dolía pero no era atractivo y menos si quería ir a la playa, luego recordó que era tonto lo que estaba pensando porque ella nunca iba a la playa.

—Si, es a causa de eso.
—¿Y él era...? Ya sabe.

Labriel la miró como si Adeline hablara una lengua muerta y quisiera que ella resolviese un misterio.

—Adeline, déjale los acertijos a Nancy Drew y dímelo.

Adeline rió y dijo:

—Guapo. ¿Él era... atractivo?
—¿Atractivo?—repitió—. Oh, no lo sé. No me fijé porque estaba muy ocupada tratando de no quemarme.
—Que graciosa—dijo y comenzó a reír.
—Graciosa. Otra vez esa palabra.
—¿Cómo dice? —preguntó una, confundida, Adeline.
—Es solo que... el bruto que me tiró su café encima también me dijo que era graciosa —contestó Labriel un tanto... inquieta—. Dime, ¿tengo algo en el rostro? ¿Es mi lunar?
—No, por Dios no. Está perfecta y tan impecable que temo que mis vasos revienten.
—Gracias. —Esto había salido más bien como una pregunta—. ¿Entonces qué es? Ad, yo no quiero ser graciosa. No me he ganado el puesto que tengo por ser graciosa.
—Ya lo sé, L. Es solo que... a veces si lo eres, aún con tu comportamiento serio y todos esos trajes aburridos.

Adeline era la única amiga que Labriel se permitía tener y no porque ella quisiera, en un principio no tenía intención de hacer amigos pero ella había sabido como sujetarla y no dejarla ir. Porque, cuando Adeline vio los ojos de Labriel el día que se presentó para una entrevista, sabía que necesitaba a alguien. Así que, como quien acoge a un perrito abandonado, ella se había quedado con Labriel.

—Haz una llamada a H&H y si Ralph no está disponible deja un mensaje.
—¿Volvemos a las apariencias? —preguntó con un aire de tristeza.
—Estamos en el trabajo—respondió.
—Odio guardar apariencias —dijo con una mirada de desaprobación—. Me hace sentir como si te avergonzaras de mi.
—En varias ocasiones, si.
—¡Oye, mala persona!
—Es que, Dios, nos prohibieron la entrada a ese restaurante por tu culpa —dijo y tenía una mirada divertida en su rostro.
—¡Él se lo buscó! A una dama no se le trata como a una cualquiera.
—Eres una desgracia, ¿por qué, Dios, tanto me odias?
—Aburrida.
—Loca.

Adeline era una niña con curvas cerradas y senos del tamaño de un melón. Labriel aún no entendía como se había hecho su amiga pero lo apreciaba porque era lo único que tenía. Y le gustaba la variedad que le daba a su vida, siempre tenía algo que decir y era muy fácil contagiarse con su felicidad, aunque cuando se fuera todo volviera a su lugar como si Adeline nunca hubiese estado haciendo sonreír a Labriel, como si, al estar, no llenara un vacio sino que creara otro más grande. Labriel siempre la extrañaba cuando se iba, la necesitaba para olvidar al menos por un instante.

—Jum —gruñó—, ¿vendrás el jueves por la noche?
—Tengo que revisar el caso Hembilch —hizo una mueca.
—¡Lo prometiste!
—Eres una malcriada, ¡ya lo sé! Si iré, ¿estás pensando, seriamente, que me perdería nuestra noche de pizzas por revisar un caso importante que nos podría llevar a la cima este año?
—Está bien, está bien.—Alzó las manos en actitud derrotada—. Irás si puedes, lo entiendo.
—Si iré —dijo.
—Ajá.
—Lo haré —afirmó.
—Recuerda que tu reunión es a la 1:00pm
—¡Oh, Ad! Dame un poco de crédito ¿quieres?
—No lo sé, ya he escuchado esto antes.

Salió por la puerta y pensó que quizá había sido un poco dura pero era demasiado orgullosa para devolverse en tan solo segundos.
Labriel no estaba entusiasmada por la reunión y nada le parecía mas divertido que hacer pizzas con su mejor amiga, su única amiga. Pero lo que no era divertido era ser despedida. Así que, cuando estaba lista para su reunión, entró a la sala y se encostro de frente con su Derramador de Café, que estaba en una posición favorecedora... para ella. Tan pronto como la vio entrar se irguió de golpe y le dio pavor que los huesos de su columna hicieran estruendo.

—¿Qué...?

Fue todo, fue lo único que pudo pronunciar antes de que su jefe la llamara. ¡Oh, ese viejo morboso! Siempre le miraba el trasero y le producía ganas de vomitar sobre sus zapatos Kessler.

—¡Por aquí! Quiero presentarte a alguien —gorgojó.

Puaaj, repugnante, pensó Labriel.

Labriel se acercó al hombre chaparro y de barba que la llamaba.

—Buenas tardes Edwin—dijo tan pronto llegó a su lado.
—Labriel, mi querida Labriel es la mejor abogada de la firma —le comentó al hombre que estaba a su lado—, Te presento a Aaron Ticotti, Aaron ésta es Labriel Dimondis, una preciosidad ¿no?

Aaron pensó que «preciosidad» le quedaba corto, todo lo contrario a la falda que llevaba. También pensó que aunque su belleza era notoria y ningún hombre con buena vista la ignoraría, el modo en el que Edwin había pronunciado aquellas palabras, sin recato alguno aunque ella estuviese presente, le provocaba unas inmensas ganas de callarlo y taparle el escote de su camisa que él tan descaradamente veía.

—Mucho gusto, Labriel—dijo y extendió su mano para ella.
—El gusto es mío Aaron—respondió y tomó su mano.

Olía como su pañuelo, aún mejor, tenía un toque de avena, lavanda y manzanilla y algo más, olía a ... él. Ninguna chispa, no hubo una corriente invisible invadiendo sus sentidos y reclamando ser notada, sin embargo Labriel tuvo ésta sensación de «lleno». Como si fuese un vaso que se encuentra hasta el tope de agua esperando por alguien que lo vacíe, y cuando él aparto su mano, fue exactamente lo que sintió y el «hielo roto» apareció de nuevo. No notó que se había ido por unos instantes, y tampoco notó lo bien que se había sentido.

—Pues, empecemos, si les parece caballeros.
—De acuerdo —dijeron los hombres al mismo tiempo.

Rodearon la mesa demasiado grande para 3 personas y tomaron asiento, menos Labriel que se mantuvo de pie para aparentar más seguridad de la que realmente sentía.

—La propuesta que quería hacerle a su cliente... que veo que no está aquí —comentó un poco distraída por el descubrimiento.
—El Sr. Parker se ha reservado el derecho de asistir a esta pequeña reunión —dijo Aaron. Y Labriel no pudo evitar notar que cada vez que hablaba su tono adoptaba un timbre ligeramente bajo y luego era como un ronroneo que se convertía en una gloriosa voz hecha de puras vibraciones.
—Por supuesto —dijo y asintió, juntó las manos y empezó con lo que tenía preparado— ...Y de esta manera su cliente se va con una suma que bien podría ayudar a su decisión de retirarse a los 30, la empresa se ahorra un escándalo y todos salimos ganando.
—¿La mejor? —preguntó Aaron y la sonrisa auto-suficiente que tenia Edwin en la cara se borró de golpe para mirar a Labriel con horror.
—¿Cómo...?
—Entiendo por qué te han nombrado de esa manera. Mi cliente acepta.

Estaba conmocionada. No pensó que aceptaría.

—¿Su... su cliente...? —balbuceaba.
—¡Fantástico! —Edwin que hace un momento hubiera estado dispuesto a lanzarla con una caja a la calle si no aceptaba, tenía una enorme sonrisa que dividía en dos su rostro.

Labriel miraba intensamente a Aaron, sin poder creerlo. Y él le devolvía la mirada.
Así se conocieron, ese fue el principio del fin.


Ese fue el primer estrépito de dolor que el mundo lanzó al partirse en dos.

***

—Quédate —suplicó, cuando se estaba levantando de la cama.
—¿Estás segura?
—Si.
—¿No enloquecerás?
—Probablemente lo haga por la mañana pero ahora solo quiero que te quedes, por favor.

Y eso fue todo lo que necesito para hacerlo. Para acostarse de nuevo junto a la mujer que lo había reclamado con unos hilos mágicos que lo atraían hacia ella.

—Espero que cuando lo hagas no me golpees con tu lámpara de noche.
Shh —Soltó una risita apagada.

Después nada volvió a ser igual, Aaron resultó ser un maniático por la diversión y la arrastró hasta ese lugar perdido llamado felicidad, la adrenalina que no obtenía haciendo pizzas con Adeline la experimentaba cuando estaba con Aaron. Y eso arruinó su rutina, estaba entre dos mundos. Su vida en la oficina tratando todos los días de que nadie notara su resaca y su vida con Aaron que, por mueco, era más interesante que la otra.
Aaron fue la curita que su madre le puso en el codo cuando se lastimó al caerse de su bicicleta, y se aferró a él como si dejarlo ir significase una caída más fuerte, un caos mayor.

***

—¿Qué te parece? —le había preguntado cuando hizo un retrato de ella.
—¿Mi nariz es de ese tamaño? —chilló en respuesta.
—No —dijo y justo cuando empezaba a estar aliviad, añadió—, es mucho más grande.

***

Aaron también tenía un lado hogareño, una parte de él que no había sido adormecida por las noches en vela. Al contrario de lo que Labriel pensó al principio, Aaron no andaba de fiesta en fiesta, ingiriendo alcohol como adolescente, a él le gustaba otro tipo de diversión y para eso era necesario desvelarse.

—Tu café —dijo con una sonrisa mientras le entregaba la taza.
—Empiezo a acostumbrarme a este Aaron matutino y hogareño. —Lo besó y se sentó en la mesa.
—No te emociones tanto—dijo y los dos sonrieron.
—¿Con dos de azúcar?
—Uno, lo necesitas más fuerte de lo usual después de lo de anoche. —Le regaló un guiño.
—¿Estás... estás coqueteando conmigo? Oh. Por. Dios. No me lo puedo creer. Aaron Ticotti está coqueteando conmigo.
—Puedo hacer algo más que coquetear si eso te molesta —dijo acercándose a la mesa y con una sonrisa que derritió los «hielitos rotos» de su estómago para siempre.

***

Una vez, le habia contado, que casi lo arrestan por estar admirando las estrellas con un telescopio en una playa privada, Labriel había reído tanto con esa anécdota que al final se quedó sin aire.

—¡Lo juro! El policía fue tan severo que me vi en la obligación de usar frases de abogado y unas muy largas palabras que ni yo mismo estoy seguro de su significado. —Le había dicho y eso solo la había hecho reír más.
—¡Para! ¡Para, por favor! No, es que no te imagino siendo detenido. —Se estaba retorciendo en la cama y Aaron se le había quedado mirando con una expresión tonta en su rostro—.¿Qué? —preguntó e inmediatamente dirigió una mano a su rostro para taparse su lunar.
—Tu risa es como la nota de un violonchelo en armonía —murmuró un tanto distraído. Bien, eso la había hecho poner seria.
—No, no lo es. Si a algo se parece es al sonido de un puerquito con el cacareo de una gallina —hizo una mueca y luego hizo igual que un puerco.

Ahora era el turno de Aaron para reírse sin parar.

—¡No te rías!
—¡No puedo evitarlo!

Y se desató una guerra de almohadas que nadie ganó pero que tampoco nadie perdió.

***

Labriel le preguntó una vez por qué vivía de ese modo, como si fuera morir y tuviese una lista de las últimas cosas que quiere hacer. Ella no esperaba respuesta, claro que no, fue una pregunta tonta pero aún así recibió una.

—Eso es porque la tengo.
—¿La qué?
—La lista —dijo—,tengo una lista de lo que quiero hacer antes de morir.

Estaba recostada en su pecho desnudo, aspirando el mejor aroma del mundo, cuando la invadió la curiosidad.

—¿La tienes?
—Si.
—Quiero verla.
—No.
—¿Por qué no?—preguntó confundida, hasta ese momento Aaron no le había negado nada. Y nunca se mostraba incómodo cuando ella recorría su apartamento viendo cualquier cosa que pudiese observarse.
—Porque no.

Se sintió como si tuviese 5 años. Y no volvió a insistir porque Aaron había utilizado el mismo tono de voz que utilizaba su papá cuando quería que se mantuviera alejada de algo y la primera vez que lo desafió e insistió en saber la razón, dolió. Como nunca imaginó que lo haría.

***

—¿Recuerdas la noche en la que una anciana nos leyó las cartas?
—Si —contestó, estaba entre la parte del sueño en la que sabes que estás dormida pero aún eres consciente—, dijo que estabas muy enamorado de mi y que nunca me dejarías pero algún día tendrías que hacerlo.
—Si. Esa noche me dijiste «te amo» mientras dormía.

Todo rastro de sueño desapareció con aquella afirmación.

—¿Lo hice? —preguntó con los pelos hacia arriba como si hubiese pasado un globo por una alfombra y luego por ellos.
—Si, lo hiciste.—Había diversión en sus ojos—.Pero no te lo dije porque quería que cuando lo hicieras estuvieses despierta y también quería ser yo el primero en hacerlo pero he atesorado aquel secreto con mi alma. —Besó su frente, aplastó su cabello y añadió—: Te amo.

Labriel lo miro como si estuviese a punto de llorar, quizá porque era eso lo que quería hacer pero se contuvo y lo besó.

—Te amo más.
—¿En serio? —preguntó juguetón. Le encantaban los juegos.
—¿Apuestas? —Lo miró y arqueó una ceja.
—¿Contra ti? Jamás.
—Es bueno que sepa lo que le conviene, el instinto es un buen aliado abogado, recuérdelo.

Luego de eso fue todo besos y caricias y ella pensó que no había cielo que le ofreciesen, no cambiaria aquello por nada.

***

—¿Cuántas veces te has sentido de este modo?
—¿Cómo?
—Como si obtuvieses exactamente todo lo que quieres con tan solo pedirlo.
—Cada vez que estoy contigo.

***
—Nunca entendí por qué Romeo y Julieta ha sido una de las obras más reconocidas de Shakespeare —comentó Labriel mientras daba vuelta a la página.
—¿Estás bromeando? Amantes dramaticos que terminan muertos, ¡¿quién no compraria eso?!
***
—Si pudieras estar en cualquier otro lugar, haciendo cualquier otra cosa ¿donde estarias?
—Aquí.
—En serio.
—Estaria en el altar, contigo.
***
—En la escala del 1 al 10 ¿que tan feliz eres?
— +11 ¿y tu?
—Igual, pero es un -11 cuando no estás a mi lado.
***
—Feliz cumpleaños,
—Odio mis cumpleaños —murmuró ella.
—Entonces odiarás mi regalo —contestó.
—¡No! Quiero decir, si quieres enseñamelo y si me gusta tal vez me lo quede —dijo apresuradamente y Aaron sonrió.
—La caja es muy grande asi que lo dejé en la sala.
—Ya, pero... —empezó y cuando vio la caja, corrio a abrirla.
—¿Me dirás que es?
—No.
—¿Adeline sabe qué es?
—Si.
—Esa... pequeña... —Cuando terminó de abrir la caja, lo primero que vio fueron dos grandes ojos observandola y una lengua tan rosada y babeante que lo miro confundida—. Es. Un. Perro. —Y gritó, un grito que rayaba lo chillón y lo ordinario pero de alguna manera, en ella se vio adorable—. Gracias, gracias, gracias. Oh, ¡es tan lindo! Lo amo, te llamarás Brad. Si, ¿quien te dará de comer y te sacará a pasear? Yo.
—¿Por qué empiezo a tener la impresión de que este regalo fue una mala idea? —Ella le sonrió porque no lo era.
***
—¿Como se llama esa estrella de allá?
—Esas son las 3 marías.
—No, quiero su nombre real.
—Ese es su nombre.
—Ese es el nombre que le damos nosotros por ser demasiados flojos para aprendernoslo.
—Alnitak y Alnilam.
—¿Y esa otra?
—Soy abogado no astronomo.
***
—¿Qué si compramos este árbol?
—Es demasiado grande ¿lo cargarás tu?
—Cierto, cierto. Debo pensar en tu espalda.
***
—¿Cuántas galletas te has comida ya?
—Dos.
—Cinco —dijo Adeline—, y un pote de helado. Labriel le tiró el cojín.
—Chismosa.
—Glotona.
***

—Nunca le encuentro forma a las nubes. —Se lamentó mientras trataba en todos lo angulos de encontrarle forma.
—Eso es para niños.
—¡Oye! —Le dio un ligero golpe en el hombro.
—Acepta la edad que tienes, aceptate —dijo en tono de hippie.


***

—¿A dónde quieres ir?
—En este momento solo quiero enrollarme en las sábanas y trazar círculos en tu pecho.
—Suena bien para mi, mientras aspire el olor de tu cabello es perfecto. —Saltó de la silla y salió corriendo a la habitación, en aquel momento le pareció que un niño no podría parecerle tan atractivo.
—¿Alguna vez has querido... hacer un trío? —soltó de la nada Labriel cuando estaban acostados. Aaron no pudo evitar soltar una carcajada y a ella le maravilló la manera en la que su pecho se sacudió, casi igual como se sacudió su vida cuando lo conoció.
—Pues, ¡gracias! Había olvidado anotarlo en la lista —dijo aún riendo y ella pellizco ligeramente sus tetillas.
—¡Joder! —Lo pellizco de nuevo.
—¿Podrías parar? Son muy sensibles —se quejó.
—Si ya lo sé. Pero a ti no parece molestarte cuando los papeles se invierten. —Levantó la cabeza para mirarlo y su carita de perro cambió a una sonrisa conocedora.
—¿La gatita hoy si quiere ronronear? —Ella ladeó la cabeza y sonrió.
—Eso es una, de las tantas cosas, que amo que hagas.

La beso y, aunque estaban acostados, podría jurar que el piso se sacudió.

***

—¿Qué quieres hacer cuando cumplas 30?
—Quiero casarme.
—Vaya. —Fue lo único que dijo, le tomó un tiempo asimilar aquello.
—Quiero formar una familia, quiero... —Dejó la frase a medio terminar, no podía hacerlo, él no quería hacerle eso.

Ella quería que se lo dijera, deseaba darle lo que él quería, sea lo que fuese ella lo conseguiría para él. Pero lo que él quería nadie se lo podía dar y Dios estaba muy lejos para ayudar.

***

—¿Por qué esperó tanto tempo? ¿Pensó que saldría corriendo en cuanto me lo dijera? —dijo paseándose de arriba a abajo en el apartamento de su amiga.
—¿No es eso lo que hiciste? —soltó Adeline. Labriel la miró, con los ojos hinchados y rojos a causa del llanto.
—Si, fue eso lo que hice.
—Él es tu agua y tu sol, y tú eres el bichito que se mantiene vivo gracias a él. Lo necesitas. Él te necesita. Vivirán felices para siempre ¡bam! como en los cuentos de hadas.
—Ese no es el final que se obtiene en la vida real—murmuró.
—¿Y cuál es el final que se obtiene en la vida real? —se burló.
—Morimos. Siempre morimos. Todos. Sin excepción Ad. No lo cambias, no se puede reescribir. Esa parte está fija ahí, haciéndote saber que nunca escaparás de ella. ¡Esto no es un maldito cuento de hadas! Nadie vive para siempre. Va a morir, va a morir al igual que como lo hicieron mis padres.

No había nada que pudiera hacer. Ni por ella ni por él. Con cada segundo que pasaba algo en su interior se moría y a la final, se quedaría sola, en el mismo punto del que partió. Como un aleatorio que deja de ser divertido cuando te lleva de regreso al principio. Como un gato que pierde su gracia cuando deja de caer de pie. Como la vida deja de ser atractiva cuando lo has perdido todo.

***

—Por eso tenias una lista. ¿Por qué más la tendrías si no es porque sabias que morirías?
—Quiero que sepas, que aún tenía esperanzas cuando te conocí. Realmente pensé que mi vida cambiaria y así fue, que al final no estaría solo en mi muerte. Conocerte Labriel, superó por mucho todas mis aventuras, ¿nadar con tiburones? ¿saltar en paracaídas? Pff cuando te conocí, eso solo se vio como diversión para principiantes. Y luego, cuando me regalaste una noche a tu lado, todo se intensificó y ya no supe si vivía o alucinaba con lo que nunca tuve. Solo sabía que no quería que terminara, lo quería disfrutar el tiempo que pudiera, quería esa sensación conmigo todo el tiempo cada vez que te besaba, te abrazaba, estando a tu lado y dentro de ti, lo quería todo. Te quería a ti. Pero necesitabas saber la verdad, lo merecías.
—La verdad hace que todo lo demás parezca mentira.
—No —dijo con un hilo de voz—, no, no, no Labriel nunca, mírame, nunca dudes de esto porque fue real. Tan real que duele. Tan real que me recordarás por esto y no por las veces que te hice feliz.

La verdad. La verdad que se le niega a los niños. La verdad que se le esconde a los adultos. La verdad que duele incluso más que una daga retorciéndose en tu interior. Su verdad era que lo amaba. Su sentencia fue perderlo. Su condena los recuerdos.

***

—Somos más que un cuerpo o una linda apariencia. Aún cuando me toque partir, si es eso lo que te preocupa, tendrás las fotografías —dijo. Como si eso fuese lo que atormentaba su cabeza y no la dejara dormir por las noches. Como si una simple fotografía pudiera reemplazarlo por las noches, o en el desayuno o cuando fueran de vacaciones. Como si esa tonta fotografía fuese a responderle un: «te amo, cariño» o «¿cómo te ha ido en el trabajo?» Ninguna mujer en su sano juicio mantendría una relación con una fotografía, pero ella ya lo había perdido. Como todo en su vida.
—No es tu desaparición física lo que va a matarme, soy yo comenzando a olvidarte. A olvidar el olor de tu perfume, a olvidar la suavidad de tus labios, el azul de tus ojos, la mueca que haces justo antes de sonreír. Es el olvido lo que va a matarnos.


Aaron tenía razón aún tenía las fotografías, después de tanto tiempo aún seguía abriendo sus heridas para tener un recuerdo mayor de lo que fue su vida a su lado. Su muerte significó el abandono de la luz en su vida. Como quien lanza un cohete y lo observa brillar en el cielo infinito para luego verlo apagarse lentamente, llevándose los destellos de luz que ofrecía con él. El mundo que se había partido ahora no era más que diminutos pedacitos que nunca, nunca estarían juntos de nuevo, ella tenía el dolor como un eco en su interior para recordárselo. Tenía la vida para recordárselo.


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